jueves, 25 de marzo de 2010

La calma en la tormenta.


Descendiendo. Un verbo al que se le puede tener en principio un poco de miedo, formulado de esta forma es rotundamente esperanzador. Mis conocimientos de gramática son extremadamente limitados y, a pesar de ello, me sigue dando la sensación de que el gerundio implica movimiento. Desciendo y, por tanto, estoy vivo. Desciendo más allá de los límites que nunca había soñado me podría encontrar. Y sólo por ese hecho me supero. Una montaña de nuevas sensaciones completamente incontrolables se apodera de mi. Es como si el color fuese ahora mas intenso y la música no parase de retumbar en mi interior. Se refleja una y otra vez en las paredes de mis huesos y así crece. Y estalla. Y me sale por los ojos para mezclarse con el color. Y se me contrae el estómago como reclamando su entidad propia y su derecho a devolver todo aquello que quise meterle a la fuerza. Comida que, por otra parte, servía para alimentar un ser que se atreve a decir que tiene derecho a comer.

No es eso. Es simplemente el miedo. El miedo a una situación completamente nueva. Pero incluso eso, en gerundio, pasa. Aprendiendo. Y si se tiene la suerte de aprender que no hay nada que temer, el cuerpo aprende a sentir. Y se siente tan afortunado de estar vivo, que se calma. Y es que hay otros, muchos otros, que no estan vivos. Y, parece ser, alguna vez lo estuvieron. No temas pues, pues no hay nada que temer. Mirando hacia atras, muchas veces te has sentido humillado, tonto, acabado, o enormemente triste... sin futuro. Y, mirando atrás, muchas otras veces, después de aquellas, te entendías como una persona feliz.

Me da por pensar que vivimos en momentos de crisis. Hablo con unos y otros, y todos parecen pasar por un mal momento. La tierra debe estar girando justo ahora por un fragmento de universo deprimido. Es decir, por debajo del nivel habitual. Y la inercia de la caída genera un desasosiego general. Los órganos internos del ser humano no estan acostumbrados a velocidades, o mejor dicho, aceleraciones de tal calibre, y temen por su seguridad, y la transmiten al consciente. Pero no es mas que miedo, pues la tierra, no parará de girar. No ahora. Simplemente, curiosa como es, tomó un atajo y decidió seguir esta ruta novedosa. Pero lo nuevo pierde su categoría con el tiempo. Y con el tiempo, si no era mas que eso su atractivo, la novedad, deja de serlo. Curiosamente, lo que antes era caída, ahora no es mas que inercia: la de seguir como hasta ahora. Vísceras e intestinos ya acostumbrados a esta nueva trayectoria, reajustan sus fluidos, miden los daños, y regulan su perímetro para seguir adelante.

Pero, entonces, ¿qué? A veces, caminando, nuestros ojos se permiten el lujo de mirar. Qiuero decir, al exterior. Y en contadas ocasiones, ven como la vida se desarrolla. Cuando una pareja baila, una pareja que dedicó su esfuerzo por aprender a bailar, no olvida mover una mano hacia abajo mientras la otra la dirige hacia arriba agitando levemente los dedos, y todo, al mismo tiempo que su cuerpo se curva obedeciendo el deseo de otro que, con la misma disciplina y esfuerzo, dobla una rodilla, hiergue el cuello orgullosamente y alcanza el cielo con su brazo y mano derecha, lo mas extendida que sus músculos le permiten. Y esos pequeños detalles, los de las manos, son los que marcan la diferencia, entre un baile, y la armonía. Belleza que perciben tus ojos sin cansarse. Belleza que, sin pesar, transmiten hacia adentro. Disfrutando. Del vuelo de un pájaro que intuyes siente el frescor del viento en su barriga. Sentimiento parecido al que tu has sentido alguna vez, y que sólo por eso te puedes imaginar; en ese momento, le toca a el. Grandeza de un monte, de 8 kilómetros de alto, que por un milagro inalcanzable cabe en tus ojos. Y llena tu espíritu.

Confiando. Al final no soy nada sino vida. Que quizá algunos ojos, mas abiertos que los mios, pueda percibir como bella. Y no puede haber nada mas bello que, con un suspiro, coser un pequeño roto que produjo el aire y una roca que pasaba por ahí. Ven, acércate, y siéntate aquí con nosotros. Dijo una vez un árbol generoso a un hombre inteligente que pasaba por allí. Y fue tal la emoción, que no pudo contener las lágrimas. Desesperadas. Destrozado en sollozos, sus piernas le impedian dar un paso mas, y se doblegaban a la altura de sus rodillas. Desconsolado, por sentir que, por primera vez, no era invisible.

Y era un hombre mas. Sólo uno mas.

1 comentario:

neira dijo...

'Miedo' es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo que hay que hacer -a lo que puede y no puede hacerse- para detenerla en seco, o para combatirla, si pararla es algo que ya está más allá de nuestro alcance ".
Bauman, Zygmunt (2006): Miedo Líquido.