domingo, 9 de junio de 2019
El tiempo.
El autobus quiere torcer. Es la primera curva de su recorrido. De repente, en medio de la curva para porque delante de él hay una camioneta parada.
Parada, porque delante de ella hay un hombre mayor con un andador que esta cruzando el ceda el paso.
Cada paso del hombre supone unos 15 segundos.
Entre medias nada pasa.
Detrás del autobus hay un coche que no ve la escena, y que pita de tanto en tanto. Nada se puede hacer mientras el hombre mueve primero el brazo izquierdo...
Luego el derecho.
Con ambos tiene suficiente fuerza para levantar el andador un centímetro del suelo y, con mucho esfuerzo, lo deja caer un centímetro más alla.
Después mueve la pierna derecha...
y después la izquierda.
Se me ha parado la respiracíon. Mi cafe se está enfriando mientras miro la escena. Y es que nada pasa en una ciudad en la que todo es prisa.
Yo tenía la convicción de que siempre tenía que ir corriendo, que no tenía derecho a respirar porque el mundo se enfadaría conmigo.
Treinta y cinco personas están sentadas en el autobus. El conductor, los dos pasajeros de la camioneta. Todos mirando el andador y no hay ningún movimiento. El tiempo se ha parado.
Y nada pasa.
Y, contrariamente a mi sensación vital, hay permiso para ello.
Nada pasa.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario