miércoles, 26 de marzo de 2008

El miedo.



El miedo es, sin lugar a duda, el gran enemigo del desarrollo de cada uno. El miedo a no saber. Quizá una forma de entender porqué tenemos miedo es imaginarnos por un momento ciegos. Alguien nos pega los párpados, pongamos que con una sustancia química que, sin dañar los tejidos, los mantiene unidos por tiempo indefinido, hasta que una nueva sustancia los separa. Nos mete en un coche, nos lleva durante un tiempo indeterminado y, de repente, nos invita a salir del coche. Segundos después oímos el coche alejarse de nosotros. ... ...

De repente alguien se acerca y, cogiéndonos de la mano, dice: "por aquí". Y empieza una nueva vida para nosotros. A partir de ahí, nada va a ser como antes ya que, a partir de ahí, sin saber ni como, ni donde, ni porqué somos, a ojos de cualquiera, ciegos. Y de esta forma, de la mano de desconocidos, pasan los años. Años en los que nuestra forma de reconocer la vida viene filtrada por los ojos de otro. Pero tenemos que vivir, así que pronto empezamos a aprender a confiar en esas pocas personas que nos van guiando en el camino. Tal es la confianza que depositamos en ellas que, independientemente del incidente que pueda surgir, siempre tendemos a echarnos la culpa a nosotros por nuestra falta de vista. Una caída en un hoyo, un tropiezo, un golpe inesperado. Todo es por nuestra propia falta de habilidad para reconocer el medio en el que vivimos con las cualidades que tenemos. Nuestra culpa y nada mas. Y de esta forma vamos encontrándonos con muchas y diversas personas. Muchas de ellas, temporales incidentes en nuestra vida. Y parece que todas, invariablemente, tienden a aprovecharse de la mayor de nuestras debilidades. La que no nos deja ver. Con el transcurso de los años aprendemos a que tal cosa no se puede hacer, pues el tortazo está garantizado; de tal forma no se puede hablar, porque se ríen de nosotros; una confianza abierta no se puede demostrar en cualquiera porque instantes después nos vemos traicionados en el fondo de un profundo agujero... ¡Hay que aprender a defenderse! ¿Pero como se defiende uno de algo que no ve? ¿Por donde está el camino que evitará el tropiezo? A veces, simplemente, la actitud que se opta es la de no moverse. Para ser mas exactos, no moverse por ningún sitio desconocido. Es decir, a partir del momento en que se toma esa decisión, se viaja por el mismo camino continuamente. Repitiendo una y otra vez los mismos movimientos. Imitando una y otra vez la actitud que aquellas personas, en un principio desconocidas pero que poco a poco fueron nuestros maestros en los diferentes aspectos de la vida, nos enseñaron desde un primer momento. Desde el momento de nacer. Es decir, a partir de ese momento estamos de manera voluntaria, pero a la vez inconsciente, impidiendo el desarrollo... por miedo a caer.

Pero hay varios puntos que debiéramos tener en cuenta antes de tomar esta decisión. En primer lugar esta la desconfianza en el prójimo. Hemos dicho que proviene de la enseñanza aprendida anteriormente. A saber: cada vez que uno confía en el prójimo, termina en traición, humillación, y abandono. Curiosamente, así como aprendemos a confiar plenamente en esas primeras personas, que reconocemos como guías, y que nos tendieron la mano cuando mas hacia falta, aprendemos a desconfiar completamente de cualquier otra persona que pretenda acercarse. Y quizá estamos equivocados. Quizá, el proceso para encontrarnos humillados, y abandonados, no proviene de la traición, sino de la ceguera. La propia. Estamos dispuestos a admitir que tal fue la razón cuando en los primeros años teníamos un tropiezo, pues no podía ser culpa de nuestro maestro, pero no estamos dispuestos a admitirlos un poco mas tarde cuando, justamente, debiera ser mas fácil. Unos cuantos años de ceguera debieran de ser suficientes para demostrarnos a nosotros mismos que no ver tiene desventajas, y puede llevarnos a confusión y error en nuestras actitudes y toma de decisiones. Es bien posible que, independientemente de haber confiado en cierta persona, sea esta falta de comprensión del exterior, la falta que viene de la ceguera, la que nos lleve en un descuido a lo mas profundo del hoyo. El hecho de no haber localizado antes el peligro, y sentir en la superficie la mirada del resto, incluido aquél en quien casualmente confiamos, nos hace sentir inferiores. Y siendo la cualidad principal del ser humano la inteligencia, atribuimos a una falta de inteligencia esa sensación de inferioridad. Es decir, nos hace sentir tontos. Tal sensación produce humillación. Curiosamente, la mayor humillación es aquella a la que nosotros mimos nos sometemos. Al fin y al cabo el resto tiene sus propios asuntos a los que dedicarse, y segundos después se habrán olvidado de quien estaba en el hoyo. Nosotros no nos olvidamos. ¡Nosotros!, que indudablemente somos mucho mas listos que esos infelices que estaban en la superficie, nos hemos visto en lo mas profundo del hoyo. Pero, siendo tan listos, ¿Como es posible haber terminado en el fondo del hoyo? ¡Ah,claro! ¡No fue nuestra culpa! Fue culpa de aquel en quien confiamos. ¡El nos puso en el borde del hoyo para después reírse de nuestra caída! ¿Pero como uno puede llegar a esta conclusión por si mismo? ¿Dudaríamos nosotros de que la persona que nos tendió por primera vez la mano nos pusiese en el borde de un precipicio? Probablemente no. Pero entonces, ¿porque si ante alguien distinto? Esto nos lleva al segundo punto que uno debiera considerar con mas cuidado. De repente, nos damos cuenta que maestros, amigos, personas lejanas y cercanas, mas o menos conocidas, por mas o menos tiempo, todos aquellos que surgieron ante nosotros, son al igual que nosotros mismos, ciegos. Y su aprendizaje no vino de la visión, sino de la experiencia ganada por sus ciegos maestros. Incapaces de ver. Su ceguera, y sus ganas de vivir les produjo el terror suficiente como para no moverse. El mismo que les impidió entender el motivo de su caída y que les llevó a una desconfianza, como no, ciega. Esa desconfianza que nos trasladaron como la mejor de las enseñanzas... desafortunadamente una enseñanza que no proviene del saber, sino de la experiencia. Propia y ajena. Experiencia por otro lado de gente temerosa y quieta. Con una entorno muy limitado. Limitado de nuevo por el miedo a caer.

Pero el ser humano, aunque ciego, tiene otras cualidades. Entre otras, la capacidad de pensar. Mucho mas potente cuanto mas clara. Es decir, cuanto mas alejada del miedo que la limita. Y pensando, se puede aprender cual es el antídoto de aquella mezcla química que alguien sin saber muy bien porqué puso en nuestros párpados. Y pensando se puede construir tal mezcla, y aplicarla. Y no hay nada, absolutamente nada, mas bonito en el mundo que, por fin, poder comprender tu propia vida. Tus ojos bien abiertos por fin te permitirán ver la gran cantidad de magulladuras que ha soportado tu cuerpo, y así entender por fin la fuente de el sufrimiento tan intenso sentido en el pasado. Un cuerpo pequeño, débil, y maltrecho... Poco a poco no será nada mas que tu cuerpo que, a pesar de los pesares, todavía te permite mover. Y así, por fin levantarás la cabeza. A partir de ese momento, no habrá forma de pararte.

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