lunes, 1 de octubre de 2018

Ecstatic


El domingo estuve en una sesión de Ecstatic, un baile de la familia de bailes conscientes.

En esta ocasión explicaron que es lo que significa la palabra, y no es que sea un baile estático, que sería algo paradójico, sino que es un baile que intenta llevarte al éxtasis. No me voy a meter en gramática. Esa fué la explicación que dieron.

En cualquier caso, de lo que se trata es de bailar durante 3 horas con la intención de que tu cuerpo hable al ritmo de la música. Se baila en grupo, que puede tener hasta 40 personas de media o más, con la única regla de que se ha de estar en silencio. No se consumen drogas, no se bebe alcohol, solo se baila. Y si se quiere se puede contactar con otra persona para bailar juntos. Aquí hay otra regla y es el respeto. Si quieres bailar con alguien, y esa persona no quiere, hará un gesto y tu respetas su decisión y te alejas.

Y empieza una aventura emocional que dura tanto tiempo como la sesión de baile. Por un lado esta el hecho de que el movimiento mueve las emociones, y ésta es la filosofía detrás de cualquier tipo de baile consciente. Y así es posible que se llegue a nudos que nos impiden disfrutar plenamente de la vida, y obtener una información valiosa que permita disolverlos.

Por otro lado, y es el que me interesa ahora, está el contacto. El contacto con otra persona a la hora de bailar. Y es que el contacto es algo que todo el mundo necesita. Durante la sesión te surgen las ganas de contacto. En mi caso siempre me surgen ganas de contactar con una mujer que, ademas, sea bonita a mi juicio. En medio del torrente de emociones que supone bailar de forma consciente, se mezcla de repente las ganas de contacto con una mujer determinada que se cruzó en tu mirada. A mi personalmente me da un ataque al corazón generalmente y aquellas mujeres que me interesan son a las que nunca me atreveré a acercarme.

Así que estoy durante tiempo bailando cerca de ella e inventándome la manera de empezar a bailar con ella. Y pasa el tiempo... y sigue pasando el tiempo, y nada pasa. Y de repente empiezo a pensar que debo estar incomodándola y pareciendo friki e irrespetuoso, porque no dejo de mirarla. Así que me alejo, con la frustración que supone no vivir la vida por miedo.

Y cual es el miedo? Obvio. El rechazo. Miedo a que te digan que no. Un miedo ancestral a que tu madre, cuando te has acercado, te ha rechazado. Y fué tal el dolor del abandono, que ahora el cuerpo lo rechaza. No quiere ni saber del tema. Y tal es el miedo, que la consecuencia inmediata es que te aisla. Empiezas a mirar al espacio, y ya solo ves a aquellos hombres que estan emparejados, y disfrutando de un contacto tan necesario para cualquier ser humano. Y tu, solo. Solo, por miedo al rechazo.

El otro día cambié de actitud y, con miedo, me acerqué. Y mi rechazó una mujer, y con mucha verguenza y como mirando para otro lado me alejé. Y se siente mucha verguenza y mucho malestar. Y me acerqué a otra, a otra que me gustaba, con una sensación importante de miedo. Y me rechazó, y se repitió la historia.

Y pasó una tercera. Y le cogí la mano, directamente, aterrado. Y para mi sorpresa, se dió la vuelta se abrazó a mi, y se puso a llorar. Yo estaba feliz de acogerla. Feliz del contacto, a pesar de que, en realidad, ella lo hacía por si misma. Pero me daba igual, yo sentía alegría. Así que me animó y me acerque a mas mujeres, hasta a aquellas que eran las que realmente me gustaban. Y baile con una de las que me gustaba. Fué un éxito rotundo.

Pero la historia está completa hasta que no se ve desde el otro lado. Y es que se acercó a mi una mujer que no me gustaba. Era vieja. Y la rechazé. Y no sentí absolutamente nada. Ni la más mínima verguenza. Nada. Y ahora se que ella séntia verguenza y se marchó con la cabeza baja, y con un gran malestar. Yo, no sentía nada.

Y cerre los ojos, y se me acercó otra mujer a bailar. Y empecé a bailar y pensaba será vieja? Y no disfrutaba del baile. Hasta que abrí los ojos, y no estaba claro si era vieja o no. Y yo seguía incómodo valorando si era vieja o no. Hasta que decidí que no lo era, eso me pareció, e inmediatamente empecé a disfrutar. Que loco. Que falta de generosidad.

Un laberinto de sensaciones en las que me temo que vivimos constatemente. El dilema es, me gusta bailar y disfrutar de lo que la vida me ofrece del contacto con otra persona, o sigo luchando por demostrar que soy tan bueno, que solo me acerco a las mujeres por lo buenas que son. Lo buenas que son según los cánones de la sociedad, porque mi propio instinto, y mi necesidad, es la de contacto.





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